domingo, septiembre 03, 2006

CONFESIÓN

Heme aquí, pues señora,
postrado ante vos,
rogando por aquello
que un día fuera mío,
ofreciéndoos mi corazón y mi alma,
únicas prendas de mi ser,
como garantes de esta alianza.
Por testigos os pongo
a la luna, las estrellas
y todos los astros que,
con su mágica luz,
han marcado
el camino recorrido
en medio de la oscuridad de mi existencia
para hallaros.
Mi noche eterna,
ilumínese con vuestra sonrisa;
traiga paz a mis ideas,
el susurro de su voz
y apague el fuego voraz de mi dolor
el tibio roce de sus labios.
A vos, mi señora, doy mi sangre,
mi sudor y mis lágrimas,
a vos, mi amor, mi razón
y mi muerte.


R/

Benditas las cadenas que me atan a ti. Simples y puros lazos, hierro y metal, fundiéndose con mi piel y recordándome lo lejos y cerca que estás.

En esta vida, ponemos cadenas a todo lo que queremos conservar, y nos dejamos poner de aquellos a quienes queremos pertenecer. Son tan etéreos esos símbolos de unión, que pueden estar totalmente visibles, y sólo un mínimo número de personas darse cuenta.

Ponme tus cadenas, y demuéstrame que estamos hechos el uno para el otro. Prométeme que nada ni nadie podrán jamás separarnos.

Sólo me queda preguntarte una cosa: ¿Quieres encadenarte conmigo?

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